sábado, 31 de octubre de 2015

Sombras de la noche. Especial LDU Octubre de terror


Este relato de terror es una invitación de un buen amigo LuisBernardo Rodríguez y os invito a pasearos por su blog Letra Digital Uruguay (LDU) para celebrar Halloween (o Día de los Difuntos de toda la vida) para leer allí estas "Sombras de la noche" que os presento y que creo que os gustará. De paso os recomiendo que leais el resto de relatos de este especial Octubre en LDU con terroríficas historias de Charo Cortés Sánchez (genial) Sindel Karina, Tere Oteo Iglesias, etc. Pasaréis mucho miedo, lo pasaréis bien. 


Sombras de la noche 

Ya es casi de madrugada cuando por fin he podido terminar ese trabajo urgente que mañana hará feliz a mí jefe. Miro la hora que me confirma lo tarde que es. Me arreglo deprisa y cierro aliviado la puerta del despacho. Parece mentira, pero hasta que no piso la calle no caigo en la cuenta de la cantidad de horas que llevo encerrado en aquella oficina delante del ordenador, de lo agotado que estoy y de lo mucho que necesitaba saborear el aire fresco. Camino, respirando la noche con tanta parsimonia que el autobús que debía de coger se marcha vacío de la parada. Enojado conmigo mismo salgo detrás de él agitando con frenesí las manos y gritando para que se detenga, pero no lo hace. El conductor o no me oye o no quiere oírme, aunque sí que me parece ver sus ojos fijos clavados en mí a través del espejo retrovisor y como una irritante sonrisita aflora a sus labios. Tras un buen rato persiguiéndolo desisto, no hay manera humana de alcanzar ese vehículo que vuela más que corre por la desierta avenida. Maldiciendo, me agacho con las manos sujetando mis rodillas y resoplando con pesadez, necesito tomar aire. Pienso en que la he hecho buena, éste era el último autobús y viviendo al otro lado de la ciudad no me queda otro remedio que coger un taxi o ir caminando. Saco la cartera. Como siempre, no queda dinero en ella. Rebusco entre mis bolsillos y solo consigo reunir tres miserables euros; un taxi a esas horas cuesta unos doce. Resignado me digo que quizás no sea tan mala idea regresar a casa andando. Estoy cansado, pero hace una noche estupenda con una hermosa luna llena, ideal para pasear relajadamente y pensar. Al fin y al cabo en casa no hay nadie esperándome.

Las calles permanecen desiertas y en silencio, solo roto por unos gritos lejanos producto sin duda de alguna pelea. Me cruzo con alguien que, como yo, agacha la cabeza con recelo mirándome de reojo, y con un mendigo que arregla sus cartones en el chaflán de un comercio. Miro el reloj, la una y diez, llevo veinte minutos caminando y aun me quedan otros tantos. La tranquilidad empieza a romperse cuando escucho el eco, amplificado por el silencio, de unos pasos desacompasados detrás de mí. No miro hacia atrás porque no quiero expresar temor, pero la realidad es que ya he girado dos manzanas y el insistente sonido de esos pasos a mis espaldas comienza a ponerme un poco nervioso.

Discretamente acelero la marcha. El murmullo de las pisadas también se acentúa. Giro una avenida y me escondo en un portal. Quiero aguardar a que mí perseguidor pase de largo. Espero un par de minutos, pero no pasa nadie. Salgo del patio y me asomo. Está desierta. Noto que estoy sudando y me rio de mí mismo al caer en la cuenta de que he pasado un poco de miedo. —La oscuridad está llena de temores y de ruidos — pienso. Algo avergonzado silbo mentalmente una canción para intentar relajarme, pero la calma dura poco, enseguida vuelvo a escuchar otra vez pasos detrás de mí. Esta vez sí, esta vez me giro de golpe y me parece ver como una silueta se escabulle entre las sombras de la apenas iluminada acera. No sin cierto temor me acerco. Es un callejón oscuro. La respiración se me acelera enormemente. Saco el móvil e intento hacer algo de luz. Busco, pero allí no hay nadie. Inspiro profundamente y guardando el móvil salgo del callejón. Creo que me estoy volviendo paranoico

Después del susto sigo vagando por las calles despobladas, intento calmarme tras caer en la cuenta de que en realidad no ha pasado nada, todo ha sido producto de los miles de ruidos producidos por la propia noche y amplificados por mi enorme sugestión. Hoy ha sido un día largo y sin duda estoy más cansado de lo que creía.
De pronto vuelvo a oír de nuevo los pasos, pero ahora no escucho uno si no muchos pasos a la vez. Me giro y mi inquietud se transforma en pavor cuando veo perfectamente como un grupo de  figuras rechonchas y sin forma definida avanza a paso ligero hacia mí. Sin preguntarme siquiera de donde han salido salgo corriendo. Ellos también aceleran su marcha. Ahora sí que estoy verdaderamente asustado y siento que no puedo pararme. El corazón me late con furia y corro todo cuanto puedo. Logro mantenerlos a distancia. Cada poco giro la cabeza y los veo detrás de mí persiguiéndome, sigilosos e inexorables. Al cabo de varios minutos siento que tengo la garganta seca y entonces caigo en la cuenta de que estoy gritando con todas mis fuerzas. Corro, maldigo y grito cuanto puedo. Noto como el cansancio se va apoderando de mí. Mis piernas se vuelven de corcho. Me caigo. Como puedo me levanto y continúo corriendo. Sudo, lloro, grito. Vuelvo a mirar. Las sombras siguen detrás, incansables y jugando con mi terror. No alcanzo a distinguirlos porque en ningún momento se acercan lo suficiente. Con angustia veo que comienzan a salir más figuras de otras calles que me obligan a desviarme por callejuelas poco iluminadas. Mi cuerpo y mis piernas aguantan por pura supervivencia. Siento mis venas y arterias hinchadas, densas e inundadas de puro pánico. El flato en mi costado me duele enormemente y el corazón parece a punto de estallarme. No hay un alma por ningún sitio, no pasan coches, las luces de ventanas y balcones están apagadas, nadie se asoma a pesar de los gritos, no sé qué ocurre, no sé quiénes son ni porqué me persiguen, sólo sé que no puedo dejar de correr.

Al fin me siento tan exhausto que casi me arrastro, a punto estoy de desistir y abandonarme cuando al atravesar uno de aquellos pasadizos sin apenas iluminación, algo o alguien salido de la nada me golpea con fuerza lanzándome a varios metros. Pierdo el conocimiento.

Muy despacio voy abriendo los ojos. Noto como la fresca brisa de la noche humedece mi cara. Me siento aturdido, pero casi no tengo dolor y el cansancio parece haber pasado. Por un momento creo que todo ha sido una pesadilla, producto de un día tan pesado. Me devuelve a la realidad un olor nauseabundo que impregna por completo el ambiente; una figura tapona mi visión de las miles de estrellas que pueblan el cielo. Mareado como estoy muevo los ojos intentando distinguir entre la difusa luz. Cuando logro ver, el horror se instala definitivamente en mi cabeza. Lo que tengo delante de mi vista es un ser deforme y grotesco de apenas medio metro. Sus brazos, pequeños y llenos de bulbos, contrarrestan con unas manos grandes y poderosas, terminadas en unos dedos unidos entre sí por una especie de membrana, y su cuerpo, abultado y repulsivo, está envuelto en sucios harapos. Pero es su cabeza la que de verdad me llena de espanto. Es rugosa, deforme y desproporcionada al resto del cuerpo. Dos grandes agujeros en el centro de su cara se mueven de manera espasmódica encogiéndose y produciendo unos desagradables silbidos y lo que parecen ser su ojos están completamente separados y ocultos entre un mar de pliegues. De su boca, que raja de parte a parte toda su cara, sobresalen grandes y negruzcos dientes y entre ellos borbotea un líquido gelatinoso y rojizo que chorrea encima de mí. Es un ser subhumano y ancestral, semejante a un repugnante batracio.
Y me habla. En realidad no mueve la boca, pero mi cerebro se inunda de palabras que hablan de oscuridad, de edades remotas y de la adrenalina producida por el miedo como sustancia vital. Torbellinos de frases cuentan su historia y retumban en mi mente que lentamente se va apagando, es entonces cuando un minúsculo rayo de la hermosa luna llena me permite ver como un montón de seres repulsivos y deformes se disputaban entre sí el festín de mis últimos restos. Dentro de unos segundos no quedará nada de mí que pruebe que un día caminé sobre la tierra y bajo el sol. Pronto, lo que un día fue mi cuerpo formará parte del ciclo de unos tiempos arcaicos ya olvidados.