lunes, 28 de diciembre de 2015

Contando 53 semanas - Semana 53: FIN


A pesar de que no he participado demasiado este año en las semanas que organizaba Sindel, no he querido perderme la despedida por este año. Con mi disculpa por no haberla seguido con la asiduidad que su interesante propuesta merece, me sumo a la de esta semana 53 con la continuación personal (y humilde) del extracto de un texto de Eduardo Galeano "La casa de las palabras"




La casa de las palabras

A la casa de las palabras acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz. Andaban en busca de palabras que no conocían y habían perdido...

Las palabras necesitaban llamar la atención de los poetas. Algunas, sintiéndose pasadas de moda, usaban artimañas con las que seducirles: Cáspita se escondía tras el acento para aparecer de repente dando sustos morrocotudos; candil prendía el puntito de su i hasta quedar negra y chamuscadita; miserere se retorcía como el baile de una bruja en cuaresma y soponcio fingía desmayos cual tísica del siglo IXX. Por el contrario, las nuevas palabras, sabiéndose jóvenes y lustrosas, se ufanaban con desdén en su modernidad. Birra, despreocupada e indolente, pasaba los días echada en su frasco, beoda o resacosa;  Euribor jamás entregó una sola de sus letras sin cobrarse el interés; Pilates se enroscaba sobre sus propias sílabas con la mirada disipada hacia el infinito y cagaprisas corría y corría por el fondo del frasco con su R tapando la raja de la G. 

Al final, el poeta escogía con mimo unas de aquí y otras de allá, las necesarias, y se las llevaba bien guardaditas dentro de un cucurucho de papel; porque todos, poetas y palabras, eran conscientes de que nunca, pero nunca, nunca, podrían vivir el uno sin las otras.

 —Eeeeh!  —se escuchó gritar una vocecita desde la lejanía del último frasco  —por favor no me olvidéis. Ya sé que soy simple, fina y menuda, pero preguntad y veréis que solo cuando yo digo FIN todos los cuentos, incluido este, se han acabado.

Regalo de Sindel


jueves, 24 de diciembre de 2015

Este jueves, un recuerdo: Eduardo




 Eduardo, compañero juevero


“Hay momentos en nuestras vidas que acuden a nuestra memoria, recuerdos de lo que fue nuestro ayer, registros pasados que nunca se han borrado y que siguen estando vivos a pesar del paso de los años”.

Esta tarde de Nochebuena, mientras pensaba en el mejor modo de homenajearle, me acordé de este párrafo que Eduardo escribió  en aquella entrada sobre jardines coincidiendo con el encuentro juevero de Aranjuez. Y no he podido evitar emocionarme al pensar que ahora es él quien ha pasado a formar parte de nuestra memoria. 

Los jueves se han vuelto un poco más tristes porque Eduardo se ha marchado. 

Recuerdo cuanto le gustaba hablar sobre ese pasado inmenso del que podía presumir y también recuerdo cuanto me agradaba leerle, aprender de su sabiduría, de esa vida enorme y cargada de experiencia, porque todo cabía en su memoria y grande era su generosidad para regalarla en forma de palabras.

Nuestra memoria y nuestros recuerdos son ese jardín donde todo absolutamente nos pertenece. Cada uno debe cuidar que quiere dejar crecer en él.

Hoy, desde ese paraíso escrito para las personas nobles y sencillas, estoy convencido de que Eduardo nos contempla, nos lee y esbozando una de sus socarronas sonrisas nos recuerda a todos sus amigos, y en especial a esta familia que formamos los jueveros, que en el corazón de las personas humildes hay muchas cartas todavía por escribir.
Descansa en paz Eduardo, siempre te recordaremos.


Podemos seguir recordándole en muchos otros escritos desde el Daily

martes, 22 de diciembre de 2015

Árbol de Haikus para Navidad

Felices fiestas para todos mis amigos. Con este árbol de Haikus os deseo de corazón que derrochéis salud para vivir, ilusión que compartir y sueños por alcanzar.
Feliz Navidad!!!

viernes, 27 de noviembre de 2015

Los jueves relato: Carta abierta a... Elisa

No sabía si hacerlo, pero al final me he decidido. La casualidad ha querido que justo una semana después de subir esta carta a la colina, H... (Perla Gris) ha convocado un jueves en el que nos pide una carta abierta. Por eso, y excepcionalmente, me he decidido a resubir esta carta que Pablo ha escrito a una niña salida de entre las brumas de unos sueños de escayola; a Elisa.  



Carta a Elisa
¡Querida Elisa!:
Hoy me acorde de ti. No, no creas que es algo tan extraño, me suele suceder en algunas ocasiones, como cuando perdido del mundo necesito acurrucarme junto a la calidez de algún recuerdo. Hoy ha sido uno de esos días. ¿Sabes? Encontré tu imperdible con forma de libélula, aquel que me regalaste cuando nos despedimos en el patio del sanatorio. ¡Qué alegría me llevé! Hacía tantos años que creía haberlo perdido. Contemplarlo fue como ver de nuevo tus ojos verdes clavados en mí, haciendo ligeros equilibrios sobre tu pierna mientras con la mano me decías adiós. Recuerdo aquel día y como sentí el corazón partido en dos; alborozado por mi regreso a casa pero triste porque tú te quedabas allí. 

Fue entonces cuando un loco impulso me llevó a escribirte esta carta. De pronto tuve la necesidad de hacerte saber que nunca pude olvidarme de ti, de tu sonrisa y tu timidez, de tus graciosas pecas marrones y de tus trenzas germinadas por el sol de la tarde; tampoco de la suavidad de aquel beso que me regalaste, el más limpio y dulce que jamás recibí. Como decirte que, a pesar de aquel año espinoso, del vacío y la soledad, de los castigos y de la añoranza que lastimaba, a pesar de todo eso, a veces desearía volver a tener diez años, regresar a nuestras tardes de verano, escuchar el arrullo cálido y entrañable del mar y sentarme a tu lado, bajo nuestro árbol junto a la casa del médico, envueltos de aquel candoroso amor infantil que ambos creíamos sentir.
 
Ahora, con la serena madurez que los años han deseado regalarme, rememoro aquellos días y la melancolía me estremece. ¡Cómo olvidar la amistad verdadera de unos amigos que nada tenían y todo lo daban! Tiempos de ilusiones convertidas en abrazos de humo y de trenes de esperanza que siempre corrieron más veloces que nuestras piernas. Pero Elisa, me gusta refugiarme en la acogedora ternura que brota de aquellos recuerdos porque en ellos siempre estás tú, como un manantial de cariños infinitos. Aunque a veces la nostalgia duela como astillas candentes clavadas en el alma. 

Querida Elisa, quisiera decirte tantas cosas. Expresarte mi deseo más profundo de que la vida por fin te haya tratado bien, que te haya devuelto algo de la felicidad que te robo en una infancia que nadie nunca mereció tener, rodeada de muros que no solo separaban, también olvidaban. Siempre pensé que los sueños solo eran versos grabados bajo el sol.
Es por eso, mi querida niña de alegre sonrisa y cabellos de azafrán, que evocando aquellos días mis ojos se humedecen en lágrimas, y te veo a ti y me veo a mí, juntos, ignorantes de un tiempo  que nos marcó, arropados bajo la sombra de los niños que fuimos, cuando me he decidido a escribirte esta carta…, aun sabiendo que jamás te llegará.

Pablo G.
Valencia, Octubre 201..

Gracias Perla

jueves, 12 de noviembre de 2015

Carta a Elisa

Gracias a cuantos habéis confiado en mí como escritor, tambien en Pablo y en las correrías de un grupo de chavales con enormes ganas de vivir que siempre buscaron su lugar en el interior de unos sueños de escayola. 
Gracias a todos.

Carta a Elisa

¡Querida Elisa!:
Hoy me acorde de ti. No, no creas que es algo tan extraño, me suele suceder en algunas ocasiones, como cuando perdido del mundo necesito acurrucarme junto a la calidez de algún recuerdo. Hoy ha sido uno de esos días. ¿Sabes? Encontré tu imperdible con forma de libélula, aquel que me regalaste cuando nos despedimos en el patio del sanatorio. ¡Qué alegría me llevé! Hacía tantos años que creía haberlo perdido. Contemplarlo fue como ver de nuevo tus ojos verdes clavados en mí, haciendo ligeros equilibrios sobre tu pierna mientras con la mano me decías adiós. Recuerdo aquel día y como sentí el corazón partido en dos; alborozado por mi regreso a casa pero triste porque tú te quedabas allí. 

Fue entonces cuando un loco impulso me llevó a escribirte esta carta. De pronto tuve la necesidad de hacerte saber que nunca pude olvidarme de ti, de tu sonrisa y tu timidez, de tus graciosas pecas marrones y de tus trenzas germinadas por el sol de la tarde; tampoco de la suavidad de aquel beso que me regalaste, el más limpio y dulce que jamás recibí. Como decirte que, a pesar de aquel año espinoso, del vacío y la soledad, de los castigos y de la añoranza que lastimaba, a pesar de todo eso, a veces desearía volver a tener diez años, regresar a nuestras tardes de verano, escuchar el arrullo cálido y entrañable del mar y sentarme a tu lado, bajo nuestro árbol junto a la casa del médico, envueltos de aquel candoroso amor infantil que ambos creíamos sentir.
 
Ahora, con la serena madurez que los años han deseado regalarme, rememoro aquellos días y la melancolía me estremece. ¡Cómo olvidar la amistad verdadera de unos amigos que nada tenían y todo lo daban!. Tiempos de ilusiones convertidas en abrazos de humo y de trenes de esperanza que siempre corrieron más veloces que nuestras piernas. Pero Elisa, me gusta refugiarme en la acogedora ternura que brota de aquellos recuerdos porque en ellos siempre estás tú, como un manantial de cariños infinitos. Aunque a veces la nostalgia duela como astillas candentes clavadas en el alma. 

Querida Elisa, quisiera decirte tantas cosas. Expresarte mi deseo más profundo de que la vida por fin te haya tratado bien, que te haya devuelto algo de la felicidad que te robo en una infancia que nadie nunca mereció tener, rodeada de muros que no solo separaban, también olvidaban. Siempre pensé que los sueños solo eran versos grabados bajo el sol.

Es por eso, mi querida niña de alegre sonrisa y cabellos de azafrán, que evocando aquellos días mis ojos se humedecen en lágrimas, y te veo a ti y me veo a mí, juntos, ignorantes de un tiempo  que nos marcó, arropados bajo la sombra de los niños que fuimos, cuando me he decidido a escribirte esta carta…, aun sabiendo que jamás te llegará.

Pablo G.
Valencia, Octubre 201..