miércoles, 24 de diciembre de 2014

Contando las semanas en 52 palabras. Palabra 52 de 52: Regalo




Renacer


Nunca pudo saber cómo llegó allí, pero aquella mañana cuando despertó se encontró un gran paquete envuelto en un llamativo papel de regalo adosado a los pies de su cama. Con temor se acercó. No tenía idea quién podría haberlo dejado ni porqué, pero la noche anterior no estaba. Lo sabía con certeza porque vivía sola y en todo el día no había salido de casa; también estaba segura que nadie había entrado por la noche a hurtadillas, vivía en un piso alto y la puerta seguía bien cerrada. Además, a simple vista todo estaba en orden. Ella no creía en milagros, ni en apariciones ni en supercherías nigromantes, bastante tenía con intentar mantener bien firmes unos pies a los que cada vez más el suelo parecía abrírsele con la intención de devorarla. No estaba siendo su mejor año. Tras la muerte de su padre y una dura enfermedad, había venido el doloroso divorcio que la había hundido en una fuerte depresión de la que le estaba costando mucho salir.
Finalmente se decidió a abrir el paquete que la consumía de curiosidad. Con cuidado pero con firmeza, rasgó el papel de chirriantes colores que dejó al descubierto una caja amarilla cerrada por una tapa de color rojo. La abrió.
Entonces ocurrió el hecho más sorprendente que jamás pudo imaginar. Una intensa luz cegadora le mostró un enorme huevo que justo en ese momento comenzaba a rajarse. De él salió, entre poderosos graznidos, un gran pájaro de plumas de fuego; un fabuloso Ave Fénix.
Enseguida recordó cuanto le fascinaban aquellas narraciones envueltas en enigmáticos susurros que su padre compartía únicamente con ella sobre esa ave mitológica que resurgía de sus propias cenizas, y que él extraía de un libro de vetusto aspecto que misteriosamente había desaparecido tras su muerte.
En el libro, lleno de ilustraciones de criaturas fantásticas, se decía que el Ave Fénix era un símbolo de fuerza, de purificación, de inmortalidad y del renacimiento físico y espiritual, y que cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de especias y hierbas aromáticas para poner un único huevo que incubaba durante tres días. Entonces aquel extraordinario ser volvía a resurgir de nuevo lleno de fortaleza y vigor.
Mientras ella se debatía entre los recuerdos y la fascinación,  percibió como sus miradas llegaban a fundirse en una sola durante un breve y único instante, después el Fénix aleteó el aire un par de veces y de manera majestuosa voló; atravesó la ventana con la delicadeza de un gorrión y la solemnidad de un águila imperial y se deslizó entre las nubes hasta que se convirtió en un pequeño punto en el cielo que finalmente desapareció.
La mujer todavía permaneció bajo una sensación de hechizo durante varios segundos. Luego trató de buscarlo con desespero. Necesitaba saber. Pero ya no quedaba rastro de aquel ser asombroso, aunque sí le pareció ver que durante un efímero instante, sobre el sol, quedaba marcada la silueta de un imponente pájaro con las alas extendidas, a lo que siguió un fastuoso destello que la envolvió en una especie de manto de luz que la penetró hasta lo más profundo de su ser.
Al hacerse la calma, sintió que irradiaba una nueva belleza; se vistió y salió a la calle después de muchos días de oscuridad. Cuando el aire fresco de la mañana inundó sus pulmones, estuvo segura que una mujer cargada de vida había renacido. 



Aunque por diversas circunstancias no he podido participar todo lo que hubiera deseado, estas propuestas me han encantado. Ahora que se acaba, quiero dedicarle este relato con todo mi cariño a la hacedora de estas semanas cuyas palabras han durado todo un año. Una buena amiga a la que conocemos como Karina Sindel Avefenix
Un abrazo y muchísimas gracias Sindel. 

martes, 16 de diciembre de 2014

Contando las semanas en 52 palabras - Palabra 51 de 52: Pecado


Esta semana vuelvo a las palabras de Sindel Karina con dos haikus de muy distinto pecado:





Verde pecado
el de tus labios rojos
Dulce condena


Tarjetas de humo
caprichosos deseos
es Navidad.


Gracias Sindel Karina

jueves, 27 de noviembre de 2014

Los jueves regalo: Cumpleaños



Entre unas cosas y otras, esta semana no he podido escribir un relato para este jueves de cumpleaños. Pero no quería faltar a la cita de Alfredo en el aniversario de su Plaza del Diamante, por eso me he decidido por retocar un poco este relato que ya publiqué hace varios años. Felicidades Alfredo.

 
Regalo de cumpleaños

Tras aparcar en la espaciosa plaza reservada, me dirigí al ascensor y pulsé el botón del piso número diez. Al entrar al piso, se encendieron de improviso todas las luces y al grito de ¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!!  empezó a salir gente por todos lados. De repente una marea humana se abalanzó sobre mí entre un mar de abrazos, besos y felicitaciones. A algunos  los conocía bien, a otros no recordaba haberlos visto nunca.
Cuando se despejó mi entorno, la señora de la casa, mi mujer, se me fue aproximando insinuante; vestía un espectacular vestido rojo de una pieza que mostraba claramente sus rodillas y el inicio de unos muslos jugosos e insinuantes. Sobre su generoso escote, que mostraba unos rebosantes y desbordados pechos, reposaba un camafeo con el que no cesaba de jugar. Lentamente llegó hasta mí y acercando sus labios susurró a mi oído:
—Cariño, mi regalo de cumpleaños lo he reservado para el final.

Al oír aquellas palabras que vaticinaban un fin de fiesta altamente sugestivo sonreí mirándola a los ojos. Enseguida ella se alejó mezclándose entre un grupo de invitados, yo la observé durante unos segundos. Aquel majestuoso cimbrear de caderas me hizo estar convencido de que yo era el hombre mas afortunado de la Tierra.

Dos horas después, los invitados a mi fiesta de cumpleaños se iban retirando, algo que yo deseaba con impaciencia; ardía en deseos de recibir el regalo prometido.
Apenas habíamos intercambiado algunas palabras durante la noche, y tampoco ahora parecía que fuera a ser diferente; con un escueto: —Tu regalo te estará esperando en cinco minutos  en nuestra habitación —se escabulló hacia el interior de la casa.  
Me asomé a la terraza y encendí un cigarrillo. Apoyado en la baranda contemplé el inmejorable panorama lleno de luces nocturnas que mostraba la ciudad y aspiré profundamente, necesitaba despejar la cabeza, lo mejor de la noche llegaba ahora y debía de estar bien despejado

Cinco minutos después, lancé el cigarrillo al vacío y desanudando la corbata me dirigí hasta la habitación. Una luz amarillenta proveniente de una pequeña lámpara, iluminaba escasamente la alcoba y allí, cumpliendo su promesa, se encontraba ella. Estaba echada sobre la cama y únicamente vestía un elegante y atractivo salto de cama completamente negro y ajustado a su cuerpo. Desde luego esta mujer sabía perfectamente como realzar su extraordinaria belleza y sensualidad. Su pelo, estudiadamente revuelto, apenas tapaba medio rostro que mantenía ligeramente agachado, mientras sus grandes y rasgados ojos negros me miraban de una manera suplicante y desafiante al mismo tiempo.

Me acerqué a ella y, separándole el pelo de la cara, la besé. Enseguida noté que su pasión era todavía mayor que la mía y su lengua comenzó a recorrer el interior de mi boca. Al poco sentí como unas lágrimas resbalaban por sus mejillas mezclándose con nuestra saliva. —¡Hazme feliz! —rogó en un entrecortado susurro.
Azuzado por aquel desafío, comencé un frenético recorrido por todos y cada uno de los centímetros de su piel. De sus labios fui bajando por su cuello hasta detenerme en sus pechos. Los acaricié y los besé largamente. Destilaban un sabor a azahar que embriagaba todos mis sentidos, consiguiendo que me fuera poseyendo una rigidez y una consistencia como nunca antes había logrado. Al llegar a su sexo, sus grititos empezaron a ser espasmódicos al ritmo de mi lengua juguetona. Al rato, fue ella la que tomó el control, consiguiendo con su boca y sus manos sacudir todo mi cuerpo, entregado a la causa desde hacía ya rato.
Cuando finalmente pude penetrarla, aquel largo orgasmo final consiguió que definitivamente me reconciliara con Dios.

A la mañana siguiente, con la luz del alba y tras sonar suavemente el despertador del móvil, me vestí en silencio para no despertarla. Era la hora de marcharme. Me giré para volver a echar una última mirada a aquella esplendorosa mujer. No pude reprimir un suspiro, incluso así, con el pelo enredado y medio envuelta entre las sábanas, estaba realmente hermosa. Poniéndome la chaqueta me dispuse a salir, entonces me fijé en el retrato que había encima de la mesilla donde un hombre y una mujer permanecían abrazados y en actitud sonriente y feliz.
Luego, mientras esperaba el ascensor, pensé que sin duda aquel había sido mi mejor día de casado y el mejor regalo de cumpleaños de toda mi vida…, claro, si yo hubiese estado casado y si ayer hubiera sido mi cumpleaños.