miércoles, 26 de septiembre de 2012

Los jueves relato - Mirada al pasado




Recuerdos de color sepia


Las brumas del tiempo transcurrido me impiden recordar el día, incluso el mes, pero si que recuerdo perfectamente las sensaciones que pasaron por mi cabeza mientras sor Mercedes me llevaba de la mano hasta la enorme sala dormitorio que se iba a convertir en mi hogar durante los siguientes meses y por tiempo indefinido.
Corría el año 1969, el hombre pisaba por primera vez la luna, algo que yo entonces ignoraba pero que tampoco me importaba demasiado, mis pensamientos estaban en otro lado. Aquel verano yo había cumplido diez años y fue unas semanas después cuando, con la mirada triste y resignada de mi padre como testigo, mi madre, besuqueándome repetidamente la cara y envuelta en lágrimas, entregaba a la monja mi bolsa con algunas mudas, una pastilla de jabón, el peine, un frasco de colonia y algunos tebeos. Ese día ingresé en el Sanatorio de la Malvarrosa, allí estuve casi un año, un tiempo y un lugar que para bien y para mal marcó gran parte de mi vida.

Hoy se me hace difícil olvidar a aquel niño temeroso del eco sordo que dejaban los lentos pasos de sor Alfonsina, mientras paseaba vigilante entre la multitud de camas perfectamente alineadas a ambos lados de la enorme habitación y por la omnipresente sensación de desamparo que producía aquella solitaria oscuridad. Interminables y frías, noches llenas de gruñidos que se me antojaban monstruos gigantes y temibles y que no eran si no los ruidos producidos por las olas del mar al romper en la playa.
Tampoco es fácil olvidar el inconfundible olor a desinfectante y a éter que inundaba todo el sanatorio,  los gritos de dolor de los niños recién operados, la sala de rehabilitación donde pasábamos las mañanas entre aparatos, correas, andadores y enfermeras y la pequeña piscina metálica que sin duda era lo más divertido de todo. El agua de la playa, a pesar de estar a menos de 50 metros, ni la pisábamos.
Recuerdo cuanto echaba de menos los juegos con mis hermanos y a mis amigos, incluso el colegio y a don Matías, mi maestro, siempre malhumorado y de mano fácil, y a don Carlos, el afable cura de la iglesia de San Francisco de Asís donde yo era monaguillo. El júbilo llegó aquel día que vinieron todos a visitarme, en el 600 azul de don Carlos, la tarde libre, los juegos y el baño en la playa fue el reflejo de un día absolutamente inolvidable e irrepetible.

Era raro el día que me permitían ir a casa, todos los domingos por la tarde mis hermanos y mis padres las pasaban conmigo allí en el sanatorio o en la playa. Eran aquellas las tardes más esperadas y felices, eran mis momentos. Para un niño de diez años era difícil entender cuales eran los motivos por los cuales pasaban las semanas y los meses inamovibles y  porque cuando el alegre domingo llegaba a su fin todos se iban a casa y yo debía de quedarme allí, mordiéndome la pena y el desencanto.

Fruto de aquel tiempo hay recuerdos imborrables, sensaciones maravillosas y difíciles de olvidar. Aquel año tuve la fortuna de ser regalado con unos cuantos. Normalmente era mi padre, tras salir del trabajo, quien venía un día a la semana a traerme las mudas de ropa limpia de casa y llevarse la sucia, mi madre, la pobre, bastante tenía con atender a seis hijos más, la mayor con once años, siempre me traía algunas golosinas y chocolatinas ElGorriaga que guardaba para el resto de la semana o para compartir como el tesoro que eran. Una mañana, de manera sorpresiva vinieron los dos, mi madre y mi padre, tenía el día libre y pidieron pasarlo conmigo. Recuerdo que nos fuimos a comer a la orilla de la playa y allí pasamos toda la tarde los tres juntos. Comimos pollo al ajillo que mi madre trajo en una fiambrera de metal de aquellas antiguas con cierre, estaba frío, pero puedo jurar que aquel fue el pollo más sabroso que he comido en toda mi vida y ese día el mejor de los regalos.
También fue inolvidable el cumpleaños de don Álvaro López, el eminente cirujano especialista en hueso y director del sanatorio; durante un buen tiempo estuvimos memorizando y ensayando una obra teatral entre todos los chicos y chicas ingresados, a mí me tocó recitar una épica poesía en su honor a la que traté de darle mi mayor entonación dramática. Supongo que gustó porque nos aplaudieron mucho. O las continuas travesuras que Javi, mi mejor amigo y yo le hacíamos a la buena de sor María, como aquel día que jugando al fútbol en la terraza, golpeamos en la cabeza a la monja, ante su furia y la amenaza de quitarnos la pelota durante un tiempo, yo salté el muro pelota en mano hasta la arena, durante más de tres horas me negué a regresar, en ese momento me sentí un héroe, pero el pescozón no me lo quitó nadie cuando el hambre y el aburrimiento me hicieron regresar. Pero lo mejor de todo eran aquellos días de primavera y de comienzos de verano cuando todos los días un grupo de caballos trotaba a galope por la playa guiados por sus jinetes. Recuerdo que detrás de ellos íbamos un grupo de nosotros con nuestros cubos recogiendo las boñigas diseminadas por la orilla, eran el mejor abono para las innumerables plantas y macetas que adornaban todo el hospital. Eran momentos divertidos y placenteros, de verdadera sensación de libertad, incluso nos permitían mojarnos los pies en el agua.

Pero el día mágico de verdad, fue aquel del que conservo la única fotografía de ese tiempo. Eran las fallas de 1970, día de San José, nos visitó la Fallera Mayor de Valencia. Sacaron nuestras camas al sol de la terraza y allí nos acostaron a todos entre almidonadas sábanas limpias y pijama nuevo.  Recuerdo innumerables personas, fotógrafos y muchas falleras, también gente muy elegante y sin duda importante. Nos saludaron uno por uno a todos, a las niñas que también estaban en sus camas, pero en el otro lado de la terraza (como siempre) y luego a nosotros. Aquel festivo día comimos como nunca, paella, coca-colas y sobre todo pasteles. Aun se me hace la boca agua pensando en lo ricos que estaban aquel palo catalán y el xuxú.

Todos estos son una parte de mis recuerdos en sepia, de un año a veces triste y a veces alegre, pero sobre todo inolvidable, de un tiempo difícil y duro que me tocó vivir y sufrir a mi y a un puñado de niños inocentes unidos por idéntico infortunio y un mismo estigma, porque nosotros éramos los niños de la polio.
   
¡Ah!, al final no me operaron. Pero esa es otra historia. 

                                                                                 Sanatorio de la Malvarrosa. Mi amigo Javi y yo (a la izquierda)
                                                                             junto a sor Mercedes y la Fallera Mayor de Valencia, año 1970 

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Os quiero invitar a visitar  mi otro blog, "Ya que digo", en él he subido un video emitido en Informe Semanal, acompañado de una breve explicación sobre lo que supuso y supone el virus de la polio en multitud de niños de aproximadamente mi edad. No hay obligación de pasar, por supuesto, mi colaboración del jueves es ésta que habéis leido, aquella sólamente pretende informar sobre un tema que desgraciadamente se está volviendo a poner de actualidad. La entrada se llama "Los niños de la polio", os ayudará a entender algunas cosas que en este relato se cuentan. Muchas gracias

Más recuerdos entrañables en casa de Pepe "Desgranando momentos"  

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Los jueves relato - Teatro, máscaras y apariencias





Una sonrisa verdadera



Gustavo limpió su rostro para secar el sudor, se echó el cabello hacia atrás y lo tapó con su viejo gorro de ducha; con la desgastada esponja se embadurnó completamente la cara de polvo blanco y su rostro empezó a tomar un curioso aspecto entre frágil y melodramático. Luego se dispuso a  perfilar sus ojos con el delineador negro. Se dio cuenta que iba a ser una tarea difícil; unas inoportunas lagrimas amenazaban con arruinar la delicada labor de maquillaje. ¡Que tópico! – pensó haciendo una patética mueca. Un instante después se derrumbaba abrazado a su solitaria pena. Por unos breves segundos creyó que no podría seguir, sollozando se miró las manos, le temblaban tanto que casi era incapaz de controlarlas.

- No eres el único que sufre pero si el único que alegra – le espetó su propia imagen desde el espejo.

De una manera briosa, casi con violencia, cogió los polvos de talco y volvió a empolvarse la cara, dibujó su boca y coloreó sus mejillas. Cuando se colocó la peluca naranja en la cabeza y la bola roja en su nariz, una emoción distinta le recorrió la sangre y se sintió dispuesto para afrontar la última función. La máscara de payaso una vez más le servía para aislar su verdadero rostro. Gustavo había dejado de existir.

Gelsomín salió de su cuarto y lentamente caminó abriéndose paso por los pasillos. Se sentía nervioso, tanto como el día que decidió hacer feliz a su propio hijo vestido de clown. Siempre con la vista al frente, sin mirar hacia atrás, el payaso llegó a la puerta. Durante unos segundos se paró; luego, mirando al cielo cerró los ojos y tomó aire, lo hizo tan profundamente que la nariz de goma a punto estuvo de caerle al suelo.
Fue cuando de un salto entró en la habitación del ajado hospital infantil que los cinco  niños que allí había le miraron incrédulos y sorprendidos:

- ¡Bueeeeeenos díaaaaaas!, ¿quien de ustedes quiere una sonrisaaaaaaaaaa?

- ¡Yooooooo! - Gritaron al unísono.

Sus ojos en ese instante irradiaban tanta luz como la estrella más brillante del universo.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Los jueves relato - Ojo por ojo



Ojo por ojo

La madre esperaba desde hacía ya varias horas. Por su cabeza sólo rondaba una idea, ¡hacer justicia! Deseaba más que ninguna otra cosa en el mundo ver a esa infame desde que de madrugada encontrara a su único hijo colgado de una soga. En el suelo la foto arrugada de aquella maldita que le había roto el corazón; sobre la mesa una simple nota: ¡Sin ella no soy capaz de vivir!
Rota y desgarrada de dolor bajó el cuerpo de su hijo y lo acostó con delicadeza en su cama. Durante muchos minutos no se movió de su lado. Le susurró preguntas sin respuesta, le cantó al oído y le acarició con ternura de madre. Poco a poco, con el paso de las horas, el dolor se fue convirtiendo en odio impuro y tenaz. Con los sentidos fuera de la razón, cogió la arrugada foto de suelo y salió de casa.

 - Ya no hay remedio, pero si que habrá expiación - pensó. Cegada por el rencor, la madre acechó con desesperada paciencia.

Cuando se abrió la puerta del adosado confirmó que era ella y arrancando el coche se lanzó con decisión. Unos segundos después la joven estaba tirada en el suelo, desmadejada como una muñeca rota. En el rostro de la madre ya se reflejaba la sonrisa del triunfo y del deber cumplido cuando vio salir de la casa a otra joven gritando. ¡Volvía a ser ella de nuevo! Al espanto inicial le siguió un nuevo desprecio.
Con determinación dio la vuelta y volvió a enfilar el coche hacia aquella maldita zorra. Lo haría cuantas veces hiciera falta.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Los jueves relato - Relaciones (A tu lado)




A tu lado



Desde el mismo instante en que te vi sentí como un interminable cosquilleo de corriente continua recorría mi cuerpo erizando todos los poros de mi piel; con ardimiento  adolescente me acerqué hasta ti y te pedí un baile. Tú, sorbiendo del vaso que contenía el dulce San Francisco, sonreías con alegre picardía no exenta de cierta compasión ante el atolondrado balbuceo de mis palabras. Pero dijiste si.

Y bailamos.

Fueron sólo tres minutos, el tiempo que dura una melódica canción. Tres minutos mágicos en los que, ávidamente abrazados, nuestros pies danzaban sobre el borde de un minúsculo azulejo; tú te dejabas llevar con la cabeza posada en mi hombro y yo, con los ojos cerrados y el corazón rutilante, degustaba golosamente aquellos segundos inmortales.
De pronto el tiempo pareció detenerse. La canción seguía sonando, pero el espacio se fue transformando. Los cimbreantes movimientos cesaron y me encontré caminando de tu mano por una vereda salpicada de piedras y flores de azahar, marchábamos en dirección a una colina lejana y desconocida. Pronto eras tú quien sujetaba mi brazo cuando el caminar se hizo pesado; tú eras mi sostén y mi lazarillo, mi confianza y mi guía, mi ilusión y… mi amor.

La canción sigue sonando.

Hoy, con la perspectiva que da el propio tiempo, se que la vida ha sido justa conmigo; nos une un hogar, dos vidas y un sosegado presente; atrás quedó el arduo pero cálido pasado;  ahora únicamente aspiro a vivir un sencillo futuro... a tu lado.

El baile aun no ha terminado.


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 Muchas más relaciones en casa de San ...Y nacimos casualmente