viernes, 26 de febrero de 2016

Los jueves relato: Travesuras

Esta semana, nuestra amiga juevera Inma Blanco, desde su blog "Molí del Canyer", nos invita ha contar travesuras. Esta es la mía a cuatro patas.




El globo de helio

Cristina llegó corriendo hasta la cocina donde su madre se afanaba por sacar brillo a los fogones. Enormes lagrimones corrían por sus coloradas mejillas, mientras hipando y preguntada por su madre, trató de explicar el pesar que la afligía:
—E-el glo-globo de Pluto, se ha es-escapado solo y se ha ido al árbol; abuelito ha querido cogerlo pero se ha explotado por culpa del gato tonto. 
—Vaya, que pena —la consoló su madre.
En ese momento entró por la puerta el abuelo. Caminaba encorvado y sujetándose con ambas manos los riñones. Parecía dolorido, el escaso pelo lo tenía completamente desordenado y la ropa llena de briznas de la hierba del jardín.
            —¿Estás bien papá? —preguntó la madre con gesto preocupado.
            —Sí, hija, si, ahora estoy bien, aunque casi no lo cuento.
—¿Pero qué te ha pasado? Parece que te haya pasado un autobús por encima.
—No te rías anda, que menudo golpe me he dado. Y todo por una tontería. Tan tranquilo como estaba yo, leyendo a la fresca del jardín como todas las tardes, y ha llegado Cristina refunfuñando y llorando porque el globo de helio que le comprasteis ayer en la feria se había volado, ha cogido mi mano y se ha empeñado en llevarme para que lo viese. Estaba enganchado entre las ramas del chopo. Me ha dado tanta pena ver el berrinche de la criatura que le he prometido que lo iba a coger. Sin pensarlo mucho me he subido escalando por el tronco cuando he notado que algo me agarraba la espalda y me he caído para atrás. ¡Menuda costala me he dado! Y lo peor es que el globo ha explotado no sé cómo y la niña aun se ha puesto todavía más burra.
—Pero papá, ¿a quién se le ocurre? Ya no estás en edad de hacer locuras —intervino la madre con tono de reproche.
—Ya hija, no hace falta que me lo recuerdes. Mis huesos ya lo han hecho antes que tú.
—Anda, ven que te doy unas friegas con aceite de romero y luego te echas un rato para descansar. Y tú no llores Cristina, cariño, vamos a merendar y cuando venga papá le convencemos para volver mañana a la feria y compramos otro globo ¿vale?
Cristina pareció consolarse con la idea de la merienda y sobre todo con la promesa de volver a la feria y subir otra vez al tiovivo. Enseguida dejó de llorar y sorbiéndose los mocos, se puso a dar saltos y a buscar por todos los rincones a Nerón, su gato siamés para comunicarle la buena noticia.

Pero en aquellos momentos Nerón estaba para pocos arrumacos. Sus ojos semejaban ventanas abiertas de par en par y su cabeza peluda todavía temblaba por el susto que se acababa de llevar. Recordaba como atraído por sus ganas de juego e inagotable curiosidad, estuvo saltando sobre el globo de su amita hasta que consiguió cortar el hilo que lo sujetaba. Se quedó sorprendido cuando comenzó a elevarse. Eso sí que no lo esperaba, los juguetes no volaban como los gorriones y las mariposas. Y ahora, ese perro raro de chirriantes colorines que tanto le atraían se había subido hasta el árbol, y con el largo hilo balanceándose de un lado a otro parecía estar burlándose de él. Sabía subir a los árboles, era una de sus especialidades, aunque alguna vez tuvieran que bajarlo con una escalera, pero este tenía el tronco tan alto y liso que nunca se atrevió. Y allí estaba él, pasmado como una estatua de porcelana, mirando el globo fijamente y con tanto deseo de alcanzarlo como desconsuelo por haberlo perdido. Entonces vio llegar a Cristina, gritando y poniendo una de sus habituales caras feas en las que enormes goterones le salían por los ojos y que a él tan poco le gustaba porque siempre acababa con el pelo empapado de mocos tras ser estrujado por la niña ¡con lo poco que a él le gustaba mojarse! Con ella iba el abuelo que se puso a hacer posturas raras agarrado a la corteza. Enseguida supo que esa era su oportunidad. Cuando el anciano llevaba subido algo más de un metro, dio un salto y haciendo impulso sobre su espalda, alcanzó la primera rama, luego otra y por fin se encontró junto al ansiado globo. Satisfecho se puso a juguetear con él dándole golpecillos, sin caer en la cuenta que sus uñas retráctiles seguían al aire y el globo estalló con gran estruendo. Nerón se llevó tal susto que se dejó una de sus siete vidas en la caída que dio con sus patas y sus huesos en el suelo. Con más miedo que vergüenza, agachó las orejas, escondió el rabo y se metió dentro de la caseta de Tristán, el perro color canela que en esos momentos dormitaba plácidamente y que al sentir al intruso se limitó a reclamar silencio con un ligero gruñido, luego abrió un ojo, cruzó sus manos y recolocó la cabeza sobre ellas. Esas guerras nunca iban con él.  

Gracias por el regalo Inma Blanco

jueves, 11 de febrero de 2016

Los jueves relato: "CUÉNTAME UNA HISTORIA DE FANTASMAS"


Vuelvo de nuevo a los jueves con una historia que no sé si es de fantasmas, pero si que es de misterio. Está basada en hechos reales. La he adaptado de un pasaje que mi padre escribió en su libro de memorias "Mis recuerdos". Espero que os guste. Disculpad si tardo un poco en visitaros, este fin de semana no tendré mucho tiempo y os iré visitando para leer vuestras historias de fantasmas a lo largo de los próximos días.

 El carro hacia las calles de arriba

Es esta extraña historia el primer gran recuerdo que tengo de cuando era niño. Vivíamos en un pequeño pueblo manchego donde transcurrió toda mi infancia, yo tenía seis años cuando cogí una bronconeumonía, enfermedad que en aquel lejano año de 1935 era tan frecuente como grave entre los chicos de mi edad, dejando tras de sí tristes desenlaces. Durante horas de incierta vigilia, la casa se llenó de familiares y vecinas elevando plegarias y rezos, y esa misma tarde prepararon mi mortaja cuando el médico les comunicó a mis padres que de aquella noche seguramente no pasaría.

Fiebres sombrías envolvieron el que debía de ser mi último sueño. Soñé un solitario carro de madera de grandes ruedas tirado por dos caballos famélicos, durante unos pocos segundos se paró delante de la puerta de mi casa, silencioso y lúgubre, luego continuó lentamente su camino calle arriba.

Al amanecer, de manera sorprendente, la fiebre casi había desaparecido y yo estaba muy recuperado.

 —¡He visto a la muerte!  —dije en voz alta en cuanto pude hablar tras la multitud de besos que empaparon mi cara—y la he visto subir hacia las calles de arriba.
No me hicieron demasiado caso, todos pensaron que no era más que una pesadilla provocada por los delirios de la fiebre. Lo único importante era que las plegarias escuchadas habían traído el milagro de mi recuperación. En casa todo era alegría.
Nadie le dio importancia a mi historia, ni siquiera cuando a media mañana corrió la noticia por todo el pueblo de que había amanecido muerto un vecino que vivía unas calles más arriba de la nuestra.

Yo también dejé de darle importancia y durante mucho tiempo lo olvidé, incluso cuando varios años después me casé con María, la hija pequeña de la Vicentica y del señor José, aquel hombre que poco antes de estallar la guerra civil había fallecido de modo repentino un frío amanecer en una casa de las calles altas, donde en medio de un sueño febril vi detenerse un carro tirado por dos caballos famélicos, el mismo que segundos antes había visto pararse delante de mí puerta.

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