El sueño de la colina
Yo siempre tuve un sueño, subir aquella colina y conquistar el castillo.
Empiezo a subir. Enseguida siento como el temor me atenaza y
me reseca la garganta. Apenas he comenzado y ya hago la primera parada. Me
siento en una roca, de la mochila saco una de las tres botellas de agua que he
preparado y bebo un largo sorbo, hace calor, pero no es la sed el verdadero
motivo que me seca la boca, tampoco es el miedo a caerme, a eso estoy
acostumbrado. Es el miedo a no lograrlo, el miedo a un nuevo y definitivo
fracaso.
Recuerdo la primera vez que lo intenté, tenía ocho años. Eran las
vacaciones de verano y toda la pandilla de amigos subía la colina con
desmesurada agilidad hasta llegar a lo alto, a las ruinas del viejo castillo.
Yo miraba desde abajo incrédulo y acobardado, fue entonces cuando todos se
decidieron a animarme con un interés y un entusiasmo como sólo los niños y los
amigos son capaces de dar. Resuelto a intentarlo, rechiné los dientes y me
lancé a la conquista de la colina.
Los dos primeros metros de subida fueron los más complicados, también los
únicos. Con las manos y los brazos apoyados en las muletas hacía toda la fuerza
sobrehumana que me era posible para arrastrar la funda de hierro que mantenía
firme mi pierna derecha. Fue inútil, entre los gritos desencantados del grupo
que me miraba desde arriba, una de mis muletas resbaló entre una gravilla de
piedras y caí pesadamente hacia abajo. La extensa muestra de rasguños por todo
el cuerpo y las mordeduras de los hierros en la pierna fue el resultado de la
hiriente derrota.
Al año siguiente, ya olvidado el episodio y con fuerzas renovadas, volví
a intentarlo. El resultado fue el mismo. Lo habitual tras el doloroso
escarmiento era esperar abajo, a los pies de la colina, lanzando piedras a los
guijarros y a los pájaros hasta que ellos, mis amigos, se cansaban de jugar al
escondite entre aquellos muros descascarillados y bajaban la ladera incansables
y a toda prisa. En los dos años posteriores insistí, con más tesón que
sensatez, en realizar nuevos intentos, todos ellos acabaron en los
acostumbrados descalabros. Durante muchos años cedí a la lógica absurda de que
nunca alcanzaría la colina y dejé de intentarlo. Pero el sueño de romper esa
lógica y conseguir algún día alcanzar la cima, siempre se mantuvo vivo.
Y hoy es el día que quiero hacerlo realidad.