Nuestra amiga Dorotea nos ha invitado a escribir el relato de los jueves a partir de un título inventado y proporcionado por ella, cada uno un título distinto. A mi me ha tocado "La boda de la cigüeña", y este ha sido el resultado. El relato se pasa un poco de extensión, pero creo que la historia lo necesitaba.
La boda de la Cigüeña
Soledad ya nació grande, y aquel parto se convirtió en una guerra incruenta
en la que su madre salió perdiendo. Cinco meses después, su padre, harto de
llantos en acusadoras noches veladas por el recuerdo, envolvió a la niña en una
manta, la dejó en el portal de su abuela y se marchó para siempre.
El paso del tiempo fue confirmando que Soledad crecía y crecía de una
manera que parecía que iba a salirse del mundo. A los dos años le sacaba palmo
y medio a cualquier otro niño de su edad; con cuatro alcanzaba a su abuela los
tarros más altos de la alacena y a los ocho tuvieron que fabricarle un pupitre
donde sus largas piernas encajaran. Fue por entonces, apartada en el último rincón del aula, cuando murió Soledad
y nació “Cigüeña”.
Al cumplir catorce años, Cigüeña medía uno con noventa y cinco y era delgada
como una cerilla. Dos alambres interminables fluctuaban sobre la base de un
cuarenta y ocho, sujetando un cuerpo desgarbado que amenazaba con desarmarse a
cada paso que daba; un matojo rizado del color del maíz a punto de cosechar
cubría su cabeza y sobre una nariz grande y ganchuda descansaban las enormes y
gruesas gafas redondas de carey jaspeado que convertían sus ojos en diminutos
corchetes marrones. Sin formas de mujer, Cigüeña era estrafalaria, apocada y fea, un bicho raro
que apenas hablaba, ni siquiera para protestar por las continuas burlas que su ridículo
aspecto provocaba. Reírse de ella era lo habitual y con el paso de los años fue
aprendiendo a correr escondiendo la cabeza para escapar de las piedras que los
niños le lanzaban al verla, también de las bromas, la mayoría crueles y perversas, que
los mayores del pueblo la infligían desde que tenía uso de razón. Para ellos, Cigüeña
no era más que una retrasada alta como un campanario a la que era divertido
someter a todo tipo de escarnio por pura diversión. Las lágrimas de la noche
jamás la consolaron del dolor.
Así había sido desde siempre y así continuó hasta que cumplidos los
diecinueve años su abuela se murió ahogada en tristeza entre sus brazos. Esa
misma noche, tras enterrarla y a hurtadillas de la oscuridad, Cigüeña, con sus
rebasados dos metros y cinco centímetros, se marchó de allí.
Lejanamente llegaron noticias de que alguien la había puesto a jugar al
baloncesto; luego contaron que había marchado a hacer las Américas y ya no se
volvió a saber de ella hasta que un día, diez años después, regresó.
En realidad, quién llegó como una reina a bordo de una gran limusina blanca,
ya no era aquel espantajo de muchacha insegura, larga y desgreñada, sino que quién
bajó de aquel enorme vehículo era una mujer alta y espléndida, de porte delicado,
cabellos de oro y unos ojos limpios que parecían haber absorbido la profundidad
del mar. La acompañaba un hombre negro tan gigantón como ella, muy robusto y
atractivo, con una permanente sonrisa blanca que regalaba saludos. Lo presentó
como su novio, y anunció que regresaba porque al día siguiente se iba a
celebrar por todo lo alto la boda de La Cigüeña.
Sin excepción todo el pueblo acudió invitado al mayor banquete que jamás se
había visto en la comarca; comieron y bebieron hasta hartarse, y a ninguno
pareció extrañar que por parte del novio nadie acudiera. Al terminar la comida,
y ante la sorpresa de todos, un camión cuba inundó la plaza de agua, que
mezclada con la arena que alguien había echado durante la noche, la convirtió
en un auténtico barrizal. Después, Cigüeña mostró un gran mazo de billetes de
quinientos euros y los lanzó al aire. Todos cuantos allí habían, hombres y
mujeres, niños y ancianos, se lanzaron codiciosos hacia el dinero, y pronto los
gritos, insultos y peleas por recoger alguno de aquellos deseados billetes llenaron
la plaza ante la mirada burlona de Cigüeña que no perdía detalle. El lugar ya era
una maraña de gente sucia y ensangrentada cuando sonó un disparo que hizo que
todos parasen asustados. Cigüeña blandía otro fajo de billetes en el aire, y su
voz resonó por todos los rincones.
—¡Regalo diez mil euros a todo aquel que desee
arrepentirse de los insultos y humillaciones a los que nos sometisteis a mí y a
mi abuela!¡Quiero escuchar el perdón pronunciando mi nombre!
Las dudas iniciales se diluyeron cuando el propio alcalde se sacudió como
pudo el barro y decidió subir la escalera que llegaba al sillón donde esperaba Cigüeña,
flexionó una rodilla en tierra y balbuceando el nombre de Soledad, se disculpó
agarrando los billetes; después lo hizo el cura, al que todavía le sangraba una
ceja, el cabo de la guardia civil, sin tricornio perdido entre el barro, y luego
uno tras otro fueron desfilando los 435 embarrados habitantes de aquel municipio
que de repente se vio millonario.
Cuando el último vecino se alejó, feliz con su fortuna, Soledad volvió a
subirse a la limusina blanca acompañada de su fornido marido y se fue sin mirar
atrás. En el pueblo, todavía tardarían un par de días en averiguar que todos y
cada uno de aquellos miles de euros que les habían regalado gracias a un nombre
y una disculpa, no eran más que una burda imitación.
Me gustó la venganza de Soledad. Y que haya crecido y convertido en una bella mujer y feliz.
ResponderEliminarQuien seguramente habría sido agradecido si alguien la hubiese tratado bien.
Que bien por ella.
Un buen relato que nos deja un gran mensaje.
ResponderEliminarUn beso José
Un placer visitarte
Isa
Una puesta en escena y un desenlace geniales. Me ha encantado, amigo José Vicente. Una apuesta muy original.
ResponderEliminarSaludos.
Vaya hacia mucho tiempo que no comentaba un relato juevero de los tuyos, como siempre geniales, irónicos, y con retranca en este caso el patito feo que vuelve a casa y se desparrama de risa con sus paisanos incluyendo autoridades eclesiásticas y militares, muy berlanguiano, aqui hay madera amigo...
ResponderEliminarun abrazo
Jajaja, me encanta tienes una imaginación desbordante, es muy bueno.
ResponderEliminarAl principio sentía pena de ella... no me gusta que sea la gente cruel; pero se ha vengado bien, seguro que aprenderían la lección para siempre.
Aunque no esté bien, creo que hizo bien en vengarse, tanto dolor que debió sentir, no podía quedar como si nada...
Muy bueno tu relato, magnífico :)
Muchos besos
Un gran relato, escritor!! con todo y que la venganza no sea recomendable ni comprada. Pero retratas a la sociedad de manera magistral.
ResponderEliminarUn abrazo grande y anisado.
Un relato emocionante y con final feliz al menos para Soledad y su novio. Ojalá una revancha así estuviera al alcance de todos los que sufrieron y sufren escarnio y desprecio por ser un poco distintos a la norma de la 'normalidad'. Menudo reto fue el título y ¡cómo lo has solucionado! Gracias por participar, Un abrazo.
ResponderEliminarjajaja ¡qué buen desenlace!
ResponderEliminarFue una buena venganza para toda aquella gente que nunca soportó el diferente.
ResponderEliminarUn abrazo
Buenos días, José Vte:
ResponderEliminarGran relato. Y desde luego que su extensión es la adecuada, no sobra ni una palabra.
Has escrito un relato muy bello y de esperanza: es reconfortante que los diferentes encontremos la manera de hacer ver a los integrados su ruindad.
Y lo has escrito con ingenio y amabilidad.
Un abrazo.
Un cuento de domingo, pera recrearse en los detalles. En la rubia popotitos y en el novio rapero. Toda una lección para tontos, doblemente tontos.
ResponderEliminarMuy bueno
Abrazos
Cómo me he enchufado con ese personaje tan particular... El relato no tiene desperdicio y de un tirón lo leí de principio a fin. Con excelente calidad narrativa, pones al tapete la crueldad hacia lo diferente, basta salirse un poco de lo "común" para que salten a la vista los corazones maliciosos y sus bajas intenciones. Soledad, da una buena lección a todos aquellos que le obsequiaron con desprecio y burla. Buenísimo relato que bajo el título sorpresa, se inspira y acomoda a la perfección.
ResponderEliminarBesos y lindo fin de semana!
Gaby*
Cuento con moraleja, esta cigueña-cisne no reparó en su venganza. Todo lo diferente asusta, de ahí yo creo que nace esa innecesaria crueldad.
ResponderEliminarBesos.
Delicioso cuento para pensar, rebosa ternura, es aleccionador y la narración perfecta, asi que no sobra ni un reglón, amigo.
ResponderEliminarUn beso
Delicioso cuento para pensar, rebosa ternura, es aleccionador y la narración perfecta, asi que no sobra ni un reglón, amigo.
ResponderEliminarUn beso
lástima que la venganza buscó recurrir a la misma crueldad con la que antes era ella despreciada. Me había enternecido esa pobre desgarbada que había logrado triunfar!
ResponderEliminar=)
Una triste historia que refleja la miseria humana, por cierto, que atrapa tu relato hasta el final, amigo José...
ResponderEliminarMe parece original que una cigueña haga tantas cosas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encanta cuando dices Que "Soledad crecía de una manera que parecía que iba a salirse del mundo" Ojalá todos los que se sienten menospreciados y ofendidos por los demás pudieran vengarse de una forma parecida....qué gustazo tiene que dar! Me ha gustado mucho cómo lo has narrado.
ResponderEliminarUn beso
La venganza se sirve envuelta en barro. Eso debió pensar Cigüeña mientras se deleitaba viendo a todo un pueblo humillándose por unos míseros billetes que además resultaron falsos. ¡Que bajo es capaz de caer el ser humano!. No me gustan las venganzas, pero pienso que esta fué totalmente merecida.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Simplemente.... TE FELICITO. He leído y disfrutado tu relato Sos un gran narrador, que diste con un título difícil (como todos los de Dorotea, pero geniales, claro) y encontraste el relato que calza a la medida y disfrutamos a pleno.
ResponderEliminarbesos Vicente!!!!
No me gusta el final, la crueldad pagada con crueldad?, venganza?, mmmm no se yo, lo mismo un final tipo esta mujer fea, desgarbada y objeto de vuestras burlas no os guarda rencor y os da una leccion de humildad y bondad que lo flipáis en colores y que sean vuestras propias conciencias quien os juzgue y castigue no?, jejeje, lo se, lo se, lo del barro mola más y que los billetes fueran faltos ni te cuento, pero haz el favor de no sacar el monstruo que vive en mi que intento ser buena persona, ¿tú sabes lo que se han burlado y reido de mis escamas?, pues haz el favor de no tentarme! Jejeje, miles de besosssssssssssss
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