Una oración para su alma
El Sr. Servais empujaba, no sin dificultad, la pesada silla
de ruedas de su mujer, entre el mar de coches y trastos viejos y abandonados en
que se habían convertido las calles desde hacía ya varias semanas. No había
nadie por ningún lado, ellos dos eran los únicos que quedaban allí. La muerte
dulce se había ido apoderando poco a poco de todos. Miró el barrio, su barrio
desde hacía setenta y ocho años, antes tan rebosante de vida, lleno de bulliciosos
comercios y ruidosos coches, con el continuo trajinar de personas trabajando o
paseando y de la jubilosa algarabía de los niños corriendo y jugando. Ahora ese
barrio estaba vacío y hasta los pájaros, más silenciosos que nunca, parecían haberse unido al duelo. Sólo algún
ladrido lastimero y lejano de un perro buscando al amo que nunca encontraría lograba
escucharse. Nada más. El resto era el silencio más absoluto.
Había amanecido un espléndido día con una agradable
temperatura que le hacía más llevadera la pesada carga de empujar la silla.
Hacía ya casi un día que sentía el desagradable cosquilleo en las manos, pero
sus fuerzas ya no eran las mismas. Le había costado mucho sacar a su mujer, la Sra. Servais, de la
cama de la que no se había movido en los últimos dos años. Su cabeza ya no daba
y sus piernas no obedecían, pero mientras estuvo lúcida y, fiel a su formación
religiosa, le hizo jurar que un sacerdote le daría la extremaunción antes de
morir. Ahora ya no existían curas, por eso había pensado que llevarla a morir a
la iglesia tendría el mismo valor.
Cuando llegó, el templo era en sí mismo un espectáculo
dantesco. Había cadáveres por doquier, todos habían querido acudir allí a pedir
perdón en sus últimos momentos o acaso a solicitar un milagro que nunca llegaría.
Empujando su silla, pisando y apartando cuanto había en su camino fue, lentamente
pero con firmeza, abriéndose paso entre el impresionante gentío inerte hasta
que se colocó en medio del pasillo. El Sr. Servais se sentó en un banco a
descansar y al poco empezó a notar molestias en el brazo izquierdo, sintió una
punzada en el corazón, como un pequeño infarto. Unos segundos después moría acurrucado
en el banco de la iglesia, satisfecho por haber conseguido su objetivo. Su
mujer, la Sra. Servais,
continuó sentada en su silla de ruedas ausente de cuanto sucedía. Miraba
inocentemente hacia el altar y en ocasiones hacia su marido. Durante todo el
tiempo mantuvo una ligera sonrisa humedecida por las gotas de saliva que le
resbalaban constantemente por entre la comisura de los labios.
Cinco días más tarde fue a encontrarse con el Sr. Servais,
su marido. Ella nunca supo que era la muerte dulce.
Más Halloblogween en casa de Teresa Cameselle
Nota: Había escrito otro
relato para este jueves de celebración del Halloblogween, pero como me
ha quedado algo extenso y era de la serie de las Crónicas de la Muerte Dulce, lo he sustituido por éste que es del mismo proyecto, de sus inicios, y que creo que se adecua más al formato de microrelato. El que lo desee puede leer "La maldición", en las crónicas. Allí tambien sereis bienvenidos al fin del mundo
Hola José Vte.
ResponderEliminarUn relato muy adecuado para estas fechas.
Pobre mujer, pero al final consiguió su objetivo au nque no fuerea exacto como ella quería.
Quizá después de esta muerte dulce, atravesarían la luz de una nueva vida.
Ay perdona ya he metido la pata, me ha salido espontáneo.
Me ha gustado tu relato.
Un beso, Montserrat
Jope, no se si deprimirme más o mejor me voy por un café, amigo. Me has dejado la boca seca y el cerebro como una hamburguesa al sol...
ResponderEliminarUn abrazo bien lúgubre, compañero.
E triste peo al mismoo tmm nos hace reflexionar ante la valentia y el coraje de ese hombre que es capaz de atravesar todo el ueblo para ir al templo.
ResponderEliminarEs muy bueno el realto, engancha
besos
Es que con esto de la muerte dulce muere hasta el apuntador y luego me dicen a mí :)
ResponderEliminarTriste, muy triste, por lo menos la Sra Servais tuvo tiempo de arreglar cuentas con Dios, su marido no tanto...
Un beso grande.
Muy bien transmitida la angustia por ese espectáculo desolador de la ciudad, y el final es triste pero dulce, como la muerte de la Sra. Servais.
ResponderEliminarTe felicito.
Un saludo.
La muerte dulce en forma de epidemia, interesante el relato, que por cierto, si llega el apocalipsis, mejor que sea mediante una muerte dulce.
ResponderEliminarUn abrazo.
Prescindiendo del espectáculo mortecino del entorno tan bien descrito, yo veo el amor de ese hombre hacia su mujer que le lleva a intentar complacerla hasta en el último deseo. En un día como hoy, me ha tocado este micro. Me ha devuelto una imagen de seres queridos que ya no están. Gracias.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, José Vicente.
ResponderEliminarDentro de todo lo malo, la suerte es que pudieron estar juntos hasta el final de sus días. Él no pudo con el esfuerzo de sacarla de la cama, empujar la silla entre tanta desolación y aguantar el peso del dantesco espectáculo. Pero la quería...¡Vaya si la quería! Es el lado precioso que dejas ver en tu relato. Por lo menos para mi.
Un abrazo.
Lupe
Triste relato el de hoy, José Viceente, pero a la vez tierno.
ResponderEliminarO tal vez es que yo estoy algo susceptible y así me lo ha parecido.
De todos modos, siempre es un placer leerte, amigo.
Besos.
Ya te habia leido este texto y si me gustó la primera vez, esta doblemente.
ResponderEliminarUn abrazo Jose.
Y tu te has lucido con este relato.
ResponderEliminarMe iba dando algo de angustia mientras transcurría, pero la verdad me ha sorprendido la originalidad de esta muerte dulce.
La fe mas allá de la religión.
Un abrazo grande.
me encanta Simona Cecy
ResponderEliminary ahora me gustas también Vos
es un relato de una sobriedad, de un realismo acojonante.
ResponderEliminarda la sensación de que el lenguaje está cuidado, muy cuidado. esto lo digo también por aquello de que, al parecer, y no sabía en qué consistía, ...de que forma parte de una serie de relatos: LA MUERTE DULCE.
hay...no sé, seriedad en el estilo...no sabría definirlo con exactitud. pero todo me lleva al cuidado del lenguaje...
imagino, josé vicente, que habrás adaptado este texto de alguna manera. esa adaptación, aunque sólo fuera en cuanto a las líneas, en cuanto a la extensión, considero que te ha quedado piripintada...¡¡es difícil esa atréa!!
medio beso.
Muy buen relato. Breve, conciso, sin concesiones, y que sin embargo crea un ambiente angustioso y una cierta inquietud.
ResponderEliminarAunque yo si me viera en esa situación en lugar de a la iglesia me iria al bar, jeje.
Saludos
Uno de tus mejores relatos de la muerte dulce que provoca muchas sensaciones cuantas veces se lea. Te luciste querido José Vte. no me canso de decírtelo.
ResponderEliminarAbrazos para ti y familia!
Uff, que terror tiene que suponer eso de quedarse los últimos... Estupendo relato. Un abrazo.
ResponderEliminarUn relato triste, pero rescato el amor de ese marido al querer cumplir la última voluntad de su mujer, a pesar de que él se terminó yendo antes.
ResponderEliminarUn gusto leerte José, ahora me paso por crónicas a leer el otro.
Un abrazo enorme.
Me ha encantado tu relato. Es muy escalofriante, desde luego, pero ahí está la magia precisamente: en trasmitir sensaciones a través de una pluma.
ResponderEliminarBss.
Un relato muy bueno, triste, eso sí. Me da pena la mujer que aunque con su cabeza ida,la pobrecita debió de pasarlo mal, durante esos 5 días, antes de morir, sola, sin alimento y sin agua, rodeada de muerte. Trabajo en un centro de alzheimer y puedo imaginármela perfectamente.
ResponderEliminarUn abrazo
Lola
No sé si es un relato triste, yo más bien lo definiría con un relato elogiador del sentimiento amoroso, de la entrega sin límites hasta el último momento.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Juntos hasta la muerte. Admirable la devoción que ese hombre sentía por su mujer, un amor de los grandes. He imaginado el angustioso panorama a pesar del cual el hombre cumplió el deseo de su amada.
ResponderEliminarMe entristece que ella pasara esos 5 días sola, sin entender nada de lo que ocurría a su alrededor.
Un beso.
Una historia triste, sin concesiones, esperar el final y verlo llegar, inevitable.
ResponderEliminarGracias por participar ¡
José Vte. muy oportuno enlazar la muerte dulce con el tema propuesto. He sentido esa atmósfera inquietante, la soledad infinita, y al final la dulce muerte que triunfa, no podía ser de otro modo.
ResponderEliminarFelicitaciones y disculpas por la tardanza, llegué tarde por el viaje.
Besito.