Esta semana Mª José Moreno del blog Lugar de Encuentro nos propone escribir sobre un tema tan de actualidad como son los virus. Yo he querido participar con un relato algo antiguo, que escribí para aquel proyecto tan especial, que tantos puntos en común tiene con esta convocatoria y en el que tantos jueveros participaron, como fueron las Crónicas de la Muerte Dulce. He escogido uno, adaptandolo algo, que más o menos se acerca a la extensión requerida (aunque se pasa un poco)
De paso aprovecho para invitar a leer la antología a quien no la conozca; lo puede descargar en todos los formatos y de manera gratuita en la siguiente dirección:
Crónicas de la Muerte Dulce
Crónicas de la Muerte Dulce
El Prado
Fue al sentir aquel intenso
cosquilleo en las manos cuando realmente tomó conciencia de que el fin ya
estaba cerca.
En las últimas semanas había ido
siendo testigo de cómo sus seres queridos iban marchándose. Su familia, sus
amigos, todos, a la mayoría se los llevó el virus de la muerte dulce, otros,
impacientes, no quisieron esperarla. Ahora le había alcanzado a él.
Durante muchas largas horas permaneció
acurrucado en un rincón de su habitación, antes compartida y tan llena de vida
y ahora vacía y silenciosa. Tenía miedo ante lo que iba a venir y lloró por su
desgracia, que era la desgracia de la propia humanidad. Fue entonces,
consciente de su soledad, de aquella impenetrable y angustiosa soledad que le
rodeaba, cuando se dio cuenta de que ahora más que nunca, necesitaba el calor y
la cercanía de otros seres humanos.
Sin pensarlo demasiado salió a
las desoladas calles y buscó desesperadamente un coche que funcionara. El suyo
hacía tiempo que se había quedado sin gasolina y conseguirla ya era imposible
desde hacía muchas semanas. Cuando lo encontró condujo con desesperación. Desde
los primeros tiempos de la propagación de la plaga, corría el rumor de que
grupos de personas se reunían en un lugar llamado “El Prado” para
despedirse confraternizados.
Quería, necesitaba desesperadamente
creer en esa leyenda, deseaba con todas sus fuerzas que existiera un lugar como
ese, no podía comprender que todo terminara así, en el más absoluto vacío y
abandono. Durante los últimos tres días no había hablado ni visto a nadie,
porque ya no quedaba nadie, y necesitaba desesperadamente el calor y el abrazo
humano más que ninguna otra cosa. No le importaba morir, pero de repente la
posibilidad de hacerlo, sólo y en un
mundo que ya no existía, le ahogó hasta casi paralizarle la respiración.
Condujo durante varias horas sin
saber muy bien cuanto ni hacia donde, únicamente sabía que tenía que dirigirse
al sur, hasta que finalmente, cuando ya desesperaba, encontró un gran valle y
en todo su alrededor… PERSONAS. Emocionado dejó el coche y echó a correr.
Cuando se acercó pudo comprobar que apenas había un centenar que paseaban por
la hierba y entre los árboles. Todos iban cogidos de la mano y en pequeños
grupos; unos más grandes, de hasta ocho o diez personas, otros simplemente eran
parejas, pero ninguno caminaba solo. Nadie gritaba, tampoco se oían rezos
desenfrenados, no se escuchaban súplicas ni maldiciones, simplemente eran
hombres y mujeres, también niños, algunos llevaban sus mascotas que sin duda
les sobrevivirían, que hablaban o jugaban y sobre todo esperaban lo que era
inevitable.
Una joven de unos veinte años y
un hombre de aproximadamente sesenta se le acercaron y le ofrecieron sus
propias manos - ¿Te ha alcanzado la
muerte dulce? – preguntó con suavidad el hombre. - Hace unas quince horas – respondió él.
Por los claros ojos de la joven
resbalaron algunas lágrimas, pero ninguno de los dos dijo nada, simplemente abrazaron su mano y
los tres comenzaron a caminar juntos y lentamente por entre la hierba.
En el atardecer de aquel jueves estuvo paseando entre los
árboles de aquel prado agarrado a la mano de aquellos dos desconocidos; pocas horas después la
muerte dulce también se lo llevaría, pero lo verdaderamente maravilloso fue que ya
no tuvo miedo, tampoco se sintió solo.
Más relatos sobre virus en el Lugar de Encuentro de Mª José
Un relato muy emotivo que es grato releer. Perder el miedo y no sentirse solo es fundamental en el momento determinante del cruce hacia "el otro lado", sea por virus o sea "natural" la muerte nos espera y debemos aprender a aceptar que hacia ella vamos en forma inevitable, pero a la vez conviene tener en claro la importancia de saber vivir en plenitud cada segundo que nos queda de camino.
ResponderEliminar=)
un abrazo
Cuando vi la convocatoria de esta semana en lo primero que pensé fue en las Crónicas...
ResponderEliminarComo dice Mónica el relato es muy emotivo y si consiguió no sentirse solo ni tener miedo ya fue mucho.
Un beso!!
Además de haber disfrutado tu relato amigo José Vicente, lo menos que puedo hacer es enviarte un CORDIAL Y MUY FUERTE ABRAZO!!!
ResponderEliminarTu relato de sabor amargo, me hace pasear por ese prado de soledades donde transitan los desahuciados. Que escalofriiiiiio.
ResponderEliminarUn abrazo
Muy triste; pero a la vez tierno, porque la muerte si estás acompañado es mucho mejor y menos angustiosa y eso le pasó a tu protagonista.
ResponderEliminarUn abrazo
Un relato muy conmovedor. Lograste transportarme a ese prado y caminar con ellos en esa espera. No podríamos sobrevivir sin humanos a nuestro alrededor, y menos en circunstancias como esta. Genial aporte.
ResponderEliminarSaludos
Está bien lo de reeditar textos, sobre todo funcionando tan acordes al tema de este jueves.
ResponderEliminarY deber ser desesperante el luchar no por salvar la vida, sino por no morir en soledad.
¿Es un consuelo la compañía de una joven mujer o es un agravante el saber que ella también va a morir? ¿O serán ambas sensaciones simultaneamente?
Qué placer volver a leer este relato! Tiene todo tipo de emociones, a lo largo de la lectura uno va sintiendo lo mismo que el protagonista, miedo, resignación, necesidad de cariño, y finalmente la paz.
ResponderEliminarTe felicito por volver a editarlo, estas cosas son para leer repetidas veces sin cansarse.
Un abrazo enorme!
Me alegro de que lo hayas utilizado en el jueves, aún tengo pendiente leerme el libro. Es un relato esperanzador aunque su final sea la muerte, es que no hay otro final para nosotros, pero llegar sin miedo y sentirse acompañado debe suavizar el momento.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy buen texto. Muy cinematográfico, las imágenes se salen del papel y te llevan a ese "Prado" donde morir es algo dulce.
ResponderEliminarAbrazos
Aunque es un relato triste, te deja un buen regusto pues al menos el protagonista muere acompañado de otras personas y eso parece que le da otra dimensión a la muerte
ResponderEliminarEse Prado me recuerda a la Luz, esa sensación de dejar atrás todo lo padecido y te dejas llevar por la dulzura del fin.Un besote y gracias por participar
ResponderEliminarsencillamente acojonante. sencillamente precioso. sencillamente me llevaría un rato largo, muy largo "filosofar" a cerca de lo escrito. sería más bien para una charla mano a mano...
ResponderEliminarmedio beso.
Relato que te sobrecoge, la muerte dulce no cesa.
ResponderEliminarBesos.